Friday, August 9, 2013

Te Espero

Se quedaba viendo al lado opuesto de su silla, cómo sin respuestas al vacío, a la desesperada melancolía de
lo que no estaba ahí.
Era su razón, no la dejaba pensar más que en ello.
Aquellos ojos penetrantes, tan oscuros cómo la noche, marcaban caminos sin recorrer. ¿Acaso eran tan oscuros que eran capaces de guardar secretos infinitos?
Serían aquellos ojos que quizás jamás vería. Esas manos que la dejaban frías por su ausencia.
¿Quién eres? , se preguntaba.
Se tocaba la punta de los dedos con ellos mismos, y dudaba de su cuerpo, de su piel. Era otra cosa pensante, o un cuerpo caminante, falto de recuerdos y sueños cumplidos.
A veces la duda era más profunda: creo ser invisible a mi propio corazón.

Era un hombre misterioso, sus pasos sin huellas, sin el intento de ser encontrado. Sus años y experiencias lo habían dejado un tanto vulnerable a las cosas inevitables e irónicas de la vida. Con su puño y letra dejaba marcado su sentir, lo que alguna vez fue.
¿Quién soy?, ¿acaso soy?, se preguntaba.
Pensaba amar como nadie, pero lo escondía en lo más profundo de su ser, lo sabía tan solo un papel, tal insignificante papel.

Ella sentía cerrarse al mundo. Nadie parecía llenar esa silla. La incertidumbre la ensordecía vilmente.
No quiero saberte, pensaba, o esperarte más.
Sin embargo, se sentaba sobre la madera vieja como si fuese hogar, no se sentía cómoda en ninguna otra parte que no fuese el ocaso de lo improbable, lo que más añoraba. Empezaba a sentirse pequeñita.

No hay nada que me mueva, se decía el hombre a sí mismo, bajo el atardecer reflejado sobre las hojas de los árboles. Repetiré tu nombre y me dejaré morir con el, las horas y los vientos de otoño, cómo de esos otoños que he querido dar por olvidados, de esos en los que te escuchaba decirme que me amabas, murmuraba.

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