Sunday, July 28, 2013

Horas

Ése reloj tan incesante.

Se estrujaba la falda. Su cuerpo tan impaciente cómo nubes grises queriendo llover sobre mojado.

Eran sólo las cuatro de la tarde, y el café aún humeaba sobre la mesa de madera.

Tus sombras me persiguen, y aún con ellas deseo hacerte el amor.

Con el paso de segundos se iba dando cuenta que aún con el alma perdida, seguía amando, -- o por lo menos era asi como podria llamarle, al fin y al cabo, quien era ella para saber si tal sentimiento era llamado de aquella manera -- mientras seguía estrujándose la ropa con una mano, y con la otra, un papel violado con pistas, lágrimas, y poco de sarcasmo.

Miró la taza de café, al otro costado de la mesa, el humo parecía morirse lentamente con danzas extrañas y un poco monótonas.
Lo vió levantar la taza con una sonrisa, procedió a tomar de ella, pero luego de ponerla en la mesa, él ya no estaba ahí.

¿Donde te has ido?, pensaba.

Se levantó de la silla, que ya sonaba cómo si pidiese su pensión desde hace épocas que aparentaban eternas. Todo en su casa asemejaba pedir auxilio. Parecían ser parte del vacío tan profundo que no la dejaba dormir.

Cerró las cortinas por si volvía el dolor, no quería que viera que se encontraba en casa, no quería encontrarse con aquello nuevamente. Tocaba su puerta todo el día y no sabía cómo, pero había encontrado la manera de entrar a escondidas en los últimos días, le gritaba que lo dejase pasar, "somos el uno para el otro" le decía.

Observaba el papel en su mano, esperando a que le diera sus respuestas. Estaba lleno de tinta olvidada, y pegado a éste, un rostro con significados graves y una extranjera sensación de poder oler nostalgia. Los rastros de sus expresiones faciales se habían esfumado junto a los deseos de quedarse impregnado en un papel, impregnado con propósitos melancólicos.

Ella observó el reloj una vez más. Apenas las cuatro y cinco. Hacía hace tanto tiempo ya que había establecido una relación estrecha con aquel, que conocía cada detalle de éste. Era un reloj viejo, definitivamente cansado, con lo que ella se aseguraba a si misma que su lucha debía deberse a su necesidad de estar allí, de no dejarla sola entre sus conflictos. Era redondo, con el borde desgastado, agrietado de la parte inferior, cerca del seis, en realidad, con la abertura exactamente a las seis y media. Que ironía la tuya, pensaba, ésta era definitivamente la hora en que él se tomaba su café. Ella declaraba que éste tenía muchas historias que contar, después de todo venía de lejos, creado por manos foráneas.

Los minutos corrían, el sol se escondía como apresurado a iluminar diferentes penas, cerciorándose de hacerle saber que su tiempo se había acabado, que la dejaba finalmente escondida de su propio luzbel, alguna vez tan hermoso, y ahora tan maligno.

El color de las paredes iba cambiando, se tornaban mustias, poco acogedoras.
Las calles se iban desvaneciendo, tanto como su gente. El asfalto se confundía entre la noche, y las huellas llenas de angustias y alegrías que habría dejado la multitud.
El café estaba ya frío. Y las horas pasaban, y pasaban.