de lo indiscutible. De darte de esos besos que me dejan ciega, me arrullan el oído,
y me esconden los demonios, y los hace realidad. De esos que te hacen un animal,
y otro párrafo sin sentido, con palabras soeces y tiernas, pintadas de ese color rojo, pasión.
Y me vuelvo escombros entre tus caricias.
Y me pinto de rojo.
Y me vuelvo inculta.
Y me dejo enredar.
Y me vuelvo enorme en mi garganta.
Y me vuelvo a pintar de rojo.
Y veo aquella sonrisa, que enardece mis cuerpo,
esa picardía, ironía,
y me siento a su lado al ver y pienso, recuerdo,
y me pongo en blanco, e inmediatamente en negro,
me transpira la envidia, la nostalgia me envuelve con regazos color azul,
y me trae flores, opacas como tus inventos, tus virtudes tan exquisitas,
tu encanto pegajoso, sólido tan penetrable.
Veo tus cejas fruncirse, me pongo en el centro de ellas
y me quiebro cómo raíces secas, y duermo en tu parla y
me acobijo con sus cantos que me envenenan, que me ofrecen cáncer.
Y tu piel se vuelve roja, y tu aliento un tanto azul.
Mis entranas se desploman cómo hojas de otoño ante tus vanidades,
trago tus miserias como azúcar,
cómo dulces desesperados por ser saboreados,
y encantar con tu paladar el mío, cómo si mi vida empezase con una palabra tuya,
que también pareces digerirla cómo depredador,
te llenas la boca de necedades y supersticiones absurdas llenas de colorete,
de ese color rojo azulado.
Y me entorpece tu ternura.
Y me vuelvo ilusa.
Y me quebranta tu sexo.
Y me vuelvo enorme en mi pecho.
Y me pinto de rojo otra vez. Rojo, tan rojo.