Ella saboreaba sus labios queriendo encontrar aquellas cálidas tardes de ayer,
su cabello se enredaba entre el pasto seco,
y sus pasiones se vestían de luto junto a ella.
Recordaba sus zapatos inundados de ilusión y algo de lluvia también,
y el olor a bosques de olvido; de algún momento iluso.
Podía tocar el invierno con sus dedos tan frágiles, tan ajenos.
Sus recuerdos parecían marchitarse con sus pasos,
y al cerrar sus ojos, podía volver a aquella mesa llena de papeles,
poesía,
y un poquito de melancolía.
Sus intentos entumecían sus entrañas,
y dejaba al viento convertirse en su intimidad,
y sus culpas en placeres sin gracia, ni razón.
Se tocaba el rostro para poder sentir sus caricias,
mientras sus huesos crujían,
y se volvía pequeñita al no encontrar aquellas manos que solían gritar la palabra amor.
Aquel invierno la había dejado con una sensación de deseo,
se tocaba el cuerpo y sentía como la abrazaba su soledad.
Al abrir los ojos se encontró con ella misma,
y con un sabor amargo en la lengua.
Sus pasiones empezaban a desvestirse,
y con su desnudez creaban sus propias religiones.
Con el pecho roto,
y un par de esperanzas por revisar,
extendió sus alas,
y emprendió el vuelo hacia aquel bosque iluso,
lleno de momentos de olvido,
donde alguna vez fue ella,
fue él,
fue más que sólo una.